Fueron 170 voluntarios de todas las edades los que se dieron cita en Tambo Cóndor, unidos por un propósito común: llevar vida a espacios que fueron degradados por la agricultura y la ganadería.
Ecuasanitas quiso marcar diferencia y convocó a este extraordinario desafío: ¡no es fácil plantar 1.000 árboles, arbustos y plantas nativas en una mañana!
Las manos de niños, jóvenes y adultos se entrelazaron para sembrar especies como achupallas, alisos, pusupatos, pumamaquis, arrayanes, piquiles, chilcas de páramo, romerillo, jactas y polylepis incana y pauta entre otros.
Cada planta representaba un mensaje de esperanza, un compromiso con la tierra.
La energía del grupo era contagiosa, una mezcla de entusiasmo y determinación que hacía que el trabajo pareciera una celebración.




En un momento mágico que parecía sacado de un cuento, dos cóndores surcaron el cielo, volando muy cerca del lugar donde los voluntarios sembraban vida.
Su presencia fue un recordatorio sublime de la biodiversidad que habita estos páramos, un ecosistema tan frágil como extraordinario.
Tras completar la plantación en un tiempo récord, los voluntarios realizaron un recorrido por el volcán Antisana.
Cada paso era un aprendizaje, cada mirada un descubrimiento sobre la importancia de preservar estos espacios únicos.
Es sorprendente ver cómo las nuevas generaciones abrazan con pasión la responsabilidad de cuidar nuestros páramos.
Cada voluntario, sin importar su edad, dejó ese día una huella verde, un testimonio de que el futuro del planeta descansa en manos comprometidas.
A todos los voluntarios, un profundo agradecimiento.
Porque un árbol, una planta, un momento de trabajo colectivo, hace toda la diferencia.
JUNTOS SOMOS PARTE DE LA SOLUCIÓN
“Cada árbol que plantas, marca una diferencia”, Jane Goodall
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