Era un día gris pero lleno de esperanza. El Parque Nacional Cotopaxi, testigo silencioso, nos convocaba una vez más para un propósito mayor.
La fundación junto a Runawana y con el apoyo de BUPA, organizaron una jornada de reforestación que prometía ser especial.
Ochenta voluntarios de todas las edades llegaron con la misma ilusión: devolver vida al páramo. Niños, jóvenes y adultos convergieron en un objetivo común.
Aunque el inicio se retrasó, la energía del grupo era inquebrantable. La meta era clara: plantar 1000 árboles, arbustos y plantas nativas.
Las especies seleccionadas – achupalla, aliso, polylepis, entre otras – no eran simples plantas, se convertirían en guardianes silenciosos de un ecosistema único.
Los páramos, ese tesoro olvidado, son mucho más que paisaje: son reservorios de agua, reguladores climáticos y santuarios de biodiversidad.







Aunque el majestuoso Cotopaxi permaneció oculto, su presencia era innegable. Los voluntarios trabajaron con dedicación, conscientes de que cada árbol plantado era un mensaje de esperanza para las generaciones futuras.
Al final de la jornada, la satisfacción era palpable. Habíamos cumplido nuestra meta, sí, pero habíamos logrado algo más: despertar la conciencia sobre la importancia de preservar nuestros ecosistemas.
Las nuevas generaciones entendían que cuidar la naturaleza no es una opción, es una necesidad.
Un profundo agradecimiento a cada voluntario que dio su tiempo, su energía y su amor por el planeta.
Un agradecimiento especial a Runawana en los rostros de Natalie y Dennis, la entrega de ellos es un ejemplo de compromiso por la conservación.
Agradecemos también a Seguros BUPA que, con su proyecto Healthy Cities, nos ha permitido contar con recursos para contribuir en estas siembras.
Juntos, árbol por árbol, estamos escribiendo una historia de esperanza y restauración.
JUNTOS SOMOS PARTE DE LA SOLUCIÓN
“Cada árbol que plantas, marca una diferencia”, Jane Goodall
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